Le Goût Français
El estilo —el gusto (goût)— propio de la música francesa tiene una enorme importancia en el barroco musical europeo. El estilo francés, frente al italiano —al que se opone—, representa uno de los dos modelos estilísticos que polarizan la música barroca. Francia e Italia funcionan como las dos grandes potencias musicales que dominan el panorama y que antes o después terminan por influir los estilos autóctonos de las naciones vecinas. Así, España se unirá a la causa italiana, Inglaterra participará de ambos estilos —francés e italiano— sin llegar a realizar una fusión estilística, que será llevada a cabo por Alemania. Pero en cualquier caso ningún otro país puede sentirse indiferente ante estos dos grandes polos que tiran hacia uno y otro lado de la música barroca. En este sentido Alemania —a pesar de la colosal importancia de su barroco musical, y a pesar de sus propias características estilísticas— no juega un papel que se pueda comparar con el de Francia e Italia. Cierto es que ante la asombrosa creatividad y capacidad de evolución de la música italiana desde comienzos del siglo XVII, Francia tenía la batalla poco menos que perdida de antemano. Por ello la historia del barroco francés es la crónica de la constante resistencia de Francia ante las novedades —técnicas, formales, organológicas, estilísticas— aportadas por Italia y que paulatinamente van conquistando a todo el mundo occidental. La repulsa de la música italiana —repulsa ambivalente, no exenta de atracción— va a determinar absolutamente la historia del estilo barroco francés.
Le goût français
Frente al estilo italiano, extrovertido, virtuoso, apasionado, incluso extravagante, el estilo francés se caracteriza por la moderación, el refinamiento y la exquisitez. La espectacularidad y el virtuosismo juegan un papel secundario en Francia, dominados por el buen gusto —le bon goût —, por la naturalidad, por la aceptación de unas reglas fijas, por la sencillez, curiosamente compatible con la exuberancia de la ornamentación. Georg Muffat (1695) señala que los franceses tienen melodía natural, con un aire fácil y llano, bastante libre de superfluas, extravagantes variaciones y de frecuentes y ásperos brincos. El gran flautista Quantz, maestro de Federico el Grande de Prusia, analiza la cuestión con extraordinaria exactitud en 1752: Hay particularmente dos naciones que han adquirido mucho mérito en nuestro tiempo, y que, conducidas por sus inclinaciones naturales han tomado también un camino diferente para llegar a este fin. Se trata de los italianos y de los franceses. Las otras naciones se han amoldado al gusto de estas dos y no han tratado más que de seguir o esto de la una o aquello de la otra y de adoptar aquello que más les agradara. Como se ha llegado a que estas dos naciones se han erigido en jueces casi soberanos del buen gusto en la música, y como las otras naciones les han dejado hacer sin oponerse, ellas han sido desde hace siglos los legisladores... El mismo autor compara los dos gustos en los siguientes términos: La música italiana es menos refrenada que cualquier otra; pero la francesa lo es casi demasiado, de donde viene quizá que en la música francesa lo nuevo parezca siempre recordar lo antiguo.
De todo ello se desprenden algunos rasgos característicos de la música barroca francesa: su sutileza y refinamiento determinan a menudo una tendencia hacia la interiorización, hacia el intimismo, unas veces dulcemente decadente —hasta el límite del amaneramiento—, otras profundamente introvertido o dolorosamente nostálgico. Esta tendencia trae consigo, a su vez, lo que se podría llamar la psicologización de la música, acaso por primera vez en la historia. Nos referimos a la capacidad para la expresión musical más precisa de un estado de ánimo, de una personalidad, de una sensación. Es tal vez en la Francia del Grand Siecle donde la música va a adquirir plenamente una de sus más importantes posibilidades: la capacidad de evocación.
Les goûts réunis
No se puede hablar de la vieja oposición entre los estilos francés e italiano, sin referirse a la paulatina combinación y fusión de ambos estilos, de la reunión de los gustos. Aunque la pugna musical entre ambos estilos tuviera momentos verdaderamente virulentos —durante la “dictadura” musical ejercida por Jean-Baptiste Lully o durante la “Querella de los Bufones”—, lo cierto es que el intercambio entre ambos estilos, se puede rastrear desde antiguo. Ya en pleno siglo XVII el alemán Johann Jacob Froberger (1616-1667) haría de embajador del estilo de su maestro Frescobaldi en Francia, lo que determinaría notablemente el estilo de la suite clavecinística francesa a partir de Couperin y de sus contemporáneos. Aunque sin una gran repercusión en Francia, sería otro músico alemán, Georg Muffat (1653-1704) el primero en fundir ambos estilos, al combinar las influencias recibidas de sus dos maestros, que no eran otros que los máximos representantes de los dos estilos: Arcangelo Corelli y Jean-Baptiste Lully. El más importante autor de música religiosa del barroco francés, Marc-Antoine Charpentier (1635-1704) era discípulo de Giacomo Carissimi y la influencia del estilo italiano en su obra sería de fundamental importancia. Músicos tan prototípicamente franceses como el violagambista Marin Marais (1656-1728) o el flautista Hotteterre (1674-1763) fueron tachados de músicos italianizantes; el segundo de ellos era incluso apodado “le romain”, acaso por haber estudiado en Roma. El gran representante del clavecín francés, François Couperin (1668-1733) sería italianizante hasta el punto de frecuentar durante su juventud los cenáculos aristocráticos donde se cultivaba privadamente la música italiana, y escribir sonatas absolutamente corellianas, que llegaría a hacer pasar por auténticamente italianas latinizando su nombre en el de Francesco Coperuni. Llevado de su entusiasmo corelliano escribiría su “Apoteosis de Corelli”, y consciente de su papel histórico como intermediario entre ambos estilos compondría una serie de conciertos híbridos bajo el título de “Les goûts réunis” y escribiría una “Apoteosis de Lully” en la que, con fino sentido del humor, reúne a ambos músicos en el Parnaso, donde tocan a dos violines combinando sutilmente sus estilos. La italianización definitiva de una parte de la música francesa será llevada a cabo por músicos como Boismortier, Leclair, Naudot, Corrette..., ya bien entrado el siglo XVIII, en algunas de cuyas obras las características de la música francesa llegan a ser irreconocibles. En consecuencia, la oposición de los estilos francés e italiano no puede ser concebida sino como una larga convivencia, llena de fructuosos intercambios y mutuas influencias.
Los compositores y obras que nos ocupan en el presente programa muestran esa oposición de estilos, y la paulatina influencia de la música italiana sobre la francesa, que también se hacen obvia en la música sacra francesa de los siglos XVII y XVIII. Desde los occitanos Bouzignac y Mouliníe, con cierto acento renacentista, al puramente estilo francés de los motetes de Du Mont, pasando por las claras influencias italianas de Charpentier y Rameau, todos nos muestran la belleza de una música poco interpretada que merece la mayor de nuestras atenciones.
Obras:
1. Ah Plange filia Jerusalem - G. BOUZIGNAC (1587-1643)
2. Fuge dilecte me - G. BOUZIGNAC
3. Jubilate Deo - G. BOUZIGNAC
4. Lauda Sion - E. MOULINIÉ (1599-1676)
5. Fulcite me floribus - E. MOULINIÉ
6. O dulce nomen - E. MOULINIÉ
7. O bone Jesu - E. MOULINIÉ
8. Kyrie - Messe pour les convents - F. COUPERIN (1668-1733)
9. Media vita in morte sumus - H. DUMONT (1610-1684)
10. Le Reniement de St Pierre - M.A. CHARPENTIER (1643-1704)
11. Transfige dulcissime Jesu - M.A. CHARPENTIER
12. Laboravi - J.P. RAMEAU (1683-1764)